Prefácio de El último hombre

 

 

El libro que he realizado, El último hombre, que es una leyenda alquímica representativa de la primera fase de la obra, también llamada nigredo (oscurecimiento) o Putrefactio (putrafacción). De alguna manera la obra poética (Rimbaud lo dijo) es semejante a la empresa alquímica: una destilación del espíritu, un psicoanálisis.

Testimonio de la decadencia de un alma, este libro, pese a lo macabro de sus temas, no romperá por ello con el rigor poético que me he propuesto a lo largo de toda mi obra literaria. La imaginería exótica, retorcida, sigue una técnica: la de contrastar la belleza y el horror, lo familiar y lo unheimlich (lo no familiar, o inquietante, en la jerga freudiana). Blake, Nerval o Poe serán mis fuentes, como emblemas que son al máximo de la inquietante extrañeza, dela locura llevada al verso: porque el arte en definitiva, como diría Deleuze, no consiste sino en dar a la locura un tercer sentido: en rozar la locura, ubicarse en sus bordes, jugar con ella como se juega y se hace arte del toro, la literatura considerada como una tauromaquia: un oficio peligroso, deliciosamente peligroso.

Otro de mis métodos para la consecución de este libro es lo que el formalista ruso Sklowsky llamaba el extrañamiento: esto es, deslizar componentes anómalos en medio de un panorama familiar. Ceniza entre unas guindas, dos sapos en un jardín, tres niños adorados por los sapos: la fealdad rodeada de belleza, o viceversa, lo que no se come de lo que se devora y es que el referente poético por excelencia es la imaginación del lector: jugar con ella como el cazador con las fieras, aturdirla, chocarla, perseguirla, cautivarla.

También he de decir, en esta suerte de POÉTICA, que, al igual que Mallarmé, no creo en la inspiración. Es más, considero que la buena literatura debe rehuir a esta como si de una bestia se tratara. La poesía no tiene más fuente que la lectura, y la imaginación del lector. La literatura, como decía Pound, es un trabajo, un job, y todo lo que en ella nos cabe es hacer un buen trabajo, y ser comprendidos, cal trovar non porta altre chaptal (porque cantar no recibe otro capital), como afirmara la Comtessa de Dia. Algo que no sabe decididamente el poeta inspirado es que trovar es difícil, que la buena poesía no cae del cielo, ni espera nada de la juventud o el deseo.

 

Leopoldo María Panero, 1984

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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